Cuanto desearía un camino llano, sin piedras con las que tropezar. Pero en verdad esas piedras te dan lecciones. Aunque para ser sincera es que al final siempre es la misma piedra, los mismos problemas y las mismas heridas. Y es entonces cuando me pregunto si realmente estoy aprendiendo algo. Pero qué le haré, tal vez sienta amor por la piedra y me guste caer, o tal vez tenga miedo a mantenerme en pie. A pesar de que a estas alturas ya ni sé que está del derecho y que del revés.
He perdido el norte y camino sin sentido; entre tropezón y tropezón me cuestiono qué es lo que hago mal. Teniendo una vida tan inestable intenté buscar una salida. Creí que ayudando a los demás me evadiría de mis problemas mientras les decía que tenían que ser fuertes, que ironía ¿no?
No esperaba nada a cambio de ofrecerles mi hombro como punto de apoyo. Y aún así durante la primavera prometían permanecer a mi lado. Ilusionando así mi débil corazón. ¿Por qué prometieron algo que no podían cumplir? Debí suponer que las palabras se las lleva el viento. Y que cuando llegaran los primeros soplos de invierno todo lo que eran promesas de primavera se irían volando en busca de otro corazón al que ilusionar, dejando así un corazón vacío y expuesto al gélido enero.
Así que ya ha empezado otro año, y por más diferente que parezca el camino sé que la piedra sigue ahí, pero esta vez ya no caeré tan fácilmente, de los errores se aprende, y si algo saco de todo es que las ilusiones rotas se evitan desconfiando de palabras bonitas.